Una maleta de sueños

Tengo el corazón apretado, al igual que el resto del cuerpo. Encogido. Adormecido. No dispongo de holgura para desperezarme y las hormigas impacientes, diminutas y en ristra, corretean de arriba abajo y de abajo arriba silbando una canción desesperada. Si abro los ojos, todo está oscuro. Si los cierro, fantaseo con colores y con cielos victoriosos. En un pequeño espacio he metido todo un equipaje de sueños, de deseos, de mañanas. Nadie adivinaría que este capazo está tan repleto.

No tendré que aguantar mucho en esta postura, eso me dijeron. Tengo que permanecer quieto, muy quieto, y no hacer ningún ruido. Como si de un juego se tratara, me escondo y cierro los ojos. Mas yo sé que no es un juego, ya tengo 8 años. No me importa, pronto habrá terminado. Todos los juegos tienen un final y las historias y los cuentos también.   

Pienso en la cara que pondrá mamá cuando me vea. Y papá. Me reiré a carcajadas y ellos se alegrarán de verme y de tenerme, porque soy su hijo, y no me gusta estar solo, sin ellos. Demasiado tiempo sin las caricias de mamá…  demasiado tiempo es mucho para mí.

Mi improvisado cascarón se zarandea, primero suavemente, luego a trompicones. Un pitido, unas voces y la cremallera que se abre. Me convierto en un polluelo preparado para nacer, para llegar a un nuevo mundo que me espera con una oportunidad. Tal vez, mi oportunidad.

Miradas asombradas se cruzan con la mía. Quizás nunca hayan visto a un niño escondido dentro de una maleta. Para mí también es la primera vez. Me hablan, intentando que sus voces suenen tranquilizadoras. Después de haber recreado tantas veces ese momento a lo largo del viaje, ahora sólo tengo una imagen familiar en mente, la más querida y anhelada,  y sólo puedo contestar: Adou. Me llamo Adou.



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