Día de las mujeres
Yo no quiero ser mujer princesa o no quiero serlo siempre
ni tener esa aspiración ni esa cuna real, quiero ser princesa a veces, cuando
me apetezca lucir lazos, vestido pomposo y delicadeza de pastel. No necesito
que me recuerden que una señorita no debe decir estas o aquellas cosas porque
no sé qué es ser una señorita. Sé lo que soy yo, nada más. Quiero jugar hoy con
muñecas y mañana quizás ya no.
Yo no quiero ser mujer mamá o no quiero ser mujer
por el hecho de poder parir hijos. Si no pudiera o si no quisiera tenerlos
sería la misma cantidad de mujer al mirarme al espejo.
Y como mamá no quiero ser juzgada por mi madre, por
mi suegra, por la vecina, por la dependienta de la frutería… No quiero tener
que justificarme ni tener que explicar, en reunión familiar, las decisiones
que tomo en relación a mis hijos. No quiero sentirme mal por no saber la
cantidad de puerro que hay que poner en los potitos de mi hija. Y que cuando alguien
descubre que es él el que prepara la comida de la niña te digan: Pues no
tendrás queja… vaya marido tienes… Y también: ¡Qué comida tan rica te hace
papá! Te hace papá… te hace papá… papá… papá. Y sí, yo también quiero mi
medalla, mi palmadita en la espalda, mi condecoración por ser una buena madre y
por hacer tantas otras cosas excepto la comida de la niña. Y como no suele ser
así, deseo en lo profundo (no me atrevo a decirlo en voz alta) una vida
machista de esas de cuidado de niños, limpieza y cocina en exclusiva y en la
que mi marido no supiera más que encender el televisor y trabajar fuera de
casa. Porque así por lo menos sería una buena madre que prepara la comida de su
hija, aunque siempre sin medalla (este pensamiento tampoco me dura mucho
tiempo).
Y es chirriante cuando en el trabajo oyes
comentarios como: “Esa clase es algo conflictiva, sería mejor si la cogiera un
hombre porque muestra más autoridad delante de los alumnos” La autoridad o, más
bien diría yo, el respeto al profesor no lo dan los testículos, ni siquiera si
son enormes. Nunca.
Y jamás he sentido que me guste comprar zapatos por
ser mujer, creo que es algo propio, mío, de mi persona. Es ridículo
pensar o decir: Soy mujer porque me gusta ir de compras, estar siempre mona
como una princesa, tener hijos, preparar la comida… Si fuera todo lo contrario estoy segura de que seguiría
siendo mujer. Y, por cierto, el número de mujeres a las que les gusta leer es
superior al de hombres pero, mientras que todas tenemos el estigma de que nos
tienen que gustar las compras, nunca he escuchado: “Te gusta leer tanto porque
eres mujer”
No quiero ser sumisa, ni rebelde, ni ama de casa
abnegada, ni superwoman. No quiero ser mamá buenorra de 40, ni estropeada de
30. No quiero que me guste conducir porque la verdad es que no me gusta, como
tampoco quiero lucir rulos y mascarilla los fines de semana. Yo soy yo, no soy los
estereotipos de mi género.
8 de marzo, día de la mujer trabajadora. Todo día
festivo tiene una historia detrás. No celebramos que la mujer trabaje hoy celebramos
que hubo un día en que lo pudo hacer. No me siento orgullosa de ser mujer
porque igualmente me sentiría si fuera un hombre. Me siento orgullosa de ser
yo, de que otras mujeres lucharan porque yo hoy pueda elegir, pueda pensar
libremente y decir, en todo momento, lo que me apetezca decir.
El 8 de marzo de 1908, 129 costureras industriales de la fábrica estadounidense Sirtwood Cotton se declararon en huelga para reivindicar un sueldo digno, la reducción de la jornada laboral a 10 horas y la prohibición de utilizar mano de obra infantil. Todas murieron carbonizadas en el interior de la fábrica en un incendio provocado en respuesta a esta manifestación pacífica.
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